“Viendo que se acercaba su muerte, el Santo Rey tomó los últimos Sacramentos de manos del Obispo de Segovia con gran devoción.
Antes de comulgar se postró en tierra con un crucifijo entre la manos sobre un montón de cenizas (como haría años después para morir su primo San Luis), y se colocó una soga al cuello, dando muestras de gran arrepentimiento por sus pecados. Pidió además perdón a los circunstantes por los agravios que hubiera podido causarles, a lo que estos respondieron que sólo mercedes habían recibido. Hizo retirar de la sala todos los adornos y las insignias que pudieran recordar su calidad de rey o sus victorias, queriéndose así desprender simbólicamente de todo ante el poder igualador de la muerte.
Se despidió de su esposa y de sus hijos dándoles algunos consejos, especialmente al infante don Alfonso, que pronto reinaría con el título de Alfonso X y el sobrenombre popular de “el Sabio”. El rey, después pidió con gozo que le encendiesen una vela en representación del Espíritu Santo.
Sus últimas palabras aludieron a que desnudo había nacido y desnudo se ofrecía a la tierra. Pidió a los presentes entonar el Te Deum y en el segundo versículo, entre los rezos y cantos religiosos de quienes le acompañaban, entregó su alma. Era la madrugada del 30 de mayo de 1252.”
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