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viernes, 16 de octubre de 2015
1806.Victoria en Buenos Aires por Nicolas Duré
Todos los 12 de agosto los hispanos, y especialmente los rioplatenses, rememoramos la que es sin lugar a dudas una de las gestas más notables de nuestro pueblo: la Reconquista de Buenos Aires del 12 de agosto de 1806, ocupada transitoriamente por las tropas británicas al mando de William Carr Beresford en el marco de la llamada primera invasión inglesa (la segunda tuvo lugar en 1807 y fue igualmente derrotada).
Repasemos brevemente el contexto que rodea a esta brillante victoria. Como sabemos, el triunfo británico en Trafalgar les procuró a los ingleses el dominio marítimo total, situación que fue aprovechada para extender el imperio de Su Majestad a costa de sus enemigos, abriendo nuevos mercados donde colocar su pujante producción textil. De esta manera, al verse dificultada la introducción de manufacturas inglesas en Europa con motivo del bloqueo continental establecido por Napoleón, los reinos hispánicos de América (mal llamados colonias) se transformaron en un objetivo prioritario de la política del Foreign Office. La meta de la expedición comandada por el brigadier general William Beresford y por el comodoro Sir Home Riggs Popham en 1806 era conquistar Buenos Aires, capital del virreinato del Río de la Plata. El control sobre la capital les permitiría la entrada a la cuenca de este río, procurándoles el dominio de los mercados sudamericanos, como había sido expuesto en la Propuesta para humillar a España de 1711 y en el Plan Maitland redactado entre 1800 y 1803 (cf. Rodolfo Terragno).
A pesar de haber conseguido el objetivo inicial de tomar la capital virreinal el 27 de junio, el genio estratégico de Santiago de Liniers, militar francés al servicio de la Corona española, logró consumar la Reconquista de Buenos Aires el 12 de agosto, tras una retirada inicial que le permitió replegarse a Montevideo, en la orilla opuesta del Plata, poniéndose al mando de las tropas que, unidas a las de Buenos Aires, derrotaron a las fuerzas de Beresford, intimándolas a la rendición. Este resonante triunfo dejó bien a las claras el potencial que aún poseía el imperio español, capaz de resistir con éxito un ataque frontal incluso en uno de sus puntos vulnerables, como era el Río de la Plata.
La historia oficial argentina nos enseña que en aquellas gloriosas jornadas "ganaron los criollos" y "que nacía la Patria", además de que injustamente desprestigia la actuación del virrey Sobremonte, quien se retiró a la ciudad de Córdoba, en el interior del virreinato (cobarde y oportunamente, según el relato oficial), donde reclutó un ejército de 2.000 hombres con el que se disponía a regresar a la capital para contribuir al empuje reconquistador, dato que nuestros manuales de historia omiten convenientemente. Por cierto, tampoco nacía ninguna Patria, porque los que eran considerados españoles de ultramar, como bien lo recuerda Fernando Alvarez Balbuena, ya tenían una: España. Y es que el deseo de secesión fue albergado por una minoría ínfima de criollos ricos y afrancesados, muchos de ellos miembros de logias anglófilas. Tal es el caso de personajes como Saturnino Rodríguez Peña y Manuel Aniceto Padilla, vinculados a las logias que Beresford había fundado durante su estadía en Buenos Aires y que ayudaron en la fuga del general invasor tomado prisionero tras su derrota, brindándoles así un importante servicio a los británicos.
Asimismo, uno de los capitanes ingleses que estuvo en Buenos Aires durante la breve ocupación, Alexander Gillespie, puso a disposición de los habitantes de la ciudad un poco conocido libro donde podrían firmar juramentando su lealtad a Su Majestad Británica. Casualmente (o causalmente), en esa lista figuran Cornelio Saavedra y Juan José Castelli, ambos miembros del llamado primer gobierno patrio de 1810 (como bien lo documenta el historiador García Mellid), cuyos integrantes son estudiados como próceres por todos los niños argentinos, ocultándose su verdadera identidad de traidores a su verdadera Patria y de ejecutores de los planes de dominación británica en nuestro continente.
De este modo, los ingleses fueron vencidos militarmente en el Río de la Plata, aunque durante su estadía se encargaron de lavar conciencias, atrayendo a los criollos liberales a su causa y orquestando el dominio económico de las Españas de ultramar, pues, como ya lo indicaba Lord Castlereagh: "La liberación de Hispanoamérica debe ser alcanzada a través del deseo y los esfuerzos de sus habitantes, pero el cambio solo podrá operarse bajo la protección y con el apoyo de una fuerza auxiliar británica". Así, la alianza anglo-criolla, aprovechando el momento de debilidad que sufría la Madre Patria a causa de la invasión napoleónica, ejecutó la secesión de las Españas americanas, proceso que en todas nuestras escuelas se enseña como "independencia" y "libertad".
Nicolas Duré
Profesor de Historia radicado en Buenos Aires, Argentina
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