Articulo de Luis Miranda en ABC
Mercedes Valverde reconstruye la historia de una pieza, hoy en manos de la Diputación, insólita por su valor artístico y decoración pagana.
El observador de Córdoba, si no se ha detenido a
interpretar lo que ve, y no siempre se tienen las armas culturales para hacerlo,
la puede identificar con la liturgia católica: una copa de plata, con un labrado
muy rico y llena de símbolos e iconografía. Llegó a servir en su momento como
copón para repartir la comunión durante la misa, pero su creador no la pensó
para eso y desde luego su decoración no es en absoluto apropiada.
La Copa de Núremberg, que es como se llama esta pieza
por la ciudad en la que se cinceló, ha pasado las últimas décadas en la sede de
la Diputación Provincial, su propietaria, sin que nadie fuera consciente de su
excepcionalidad mundial. La directora de los Museos Municipales, Mercedes
Valverde, ha hecho un completo estudio de esta obra, de su llegada a la ciudad y
de su iconografía, y lo presentará el próximo 23 de junio en una conferencia en
la ciudad alemana, hermanada con Córdoba hace cinco años. El estudio desmonta
algunas de las teorías sobre su origen y pone en claro todo lo relacionado con
esta obra, que además de su valor intrínseco tiene el de la excepcionalidad: de
su autor apenas se conservan hoy 25 piezas en todo el mundo.
Su historia, reconstruida por Mercedes Valverde con
datos históricos en la mano e hipótesis, se parece a una novela histórica.
Podría comenzar con el cuadro en que se representa a un artista, ya con barba
blanca y vestido de negro. En la mesa están lo que parecen útiles de su oficio:
compás, reloj de arena, libro cerrado y varios objetos más. Mercedes Valverde
relata que son símbolos masónicos, testimonio de la filiación de su
protagonista: Wenzel Jamnitzer, que vivió en Núremberg en el siglo XVI
(1507/08-1585) y que se contó entre los grandes plateros de su tiempo. Fue
además científico e investigador en una de las ciudades con más inquietudes de
su tiempo, donde en 1492, antes del descubrimiento de América, se había
realizado el primer globo terráqueo.
El lector puede pasar luego a admirar tres detalles de
la copa labrada en plata, tres simples letras a punzón: N, W y J. La ciudad y
las iniciales del autor, y la hipótesis de cómo pudo terminar en Córdoba.
Mercedes Valverde relata que en aquel momento había un gran intercambio cultural
entre España y los territorios que hoy forman Alemania. Sobre todos ellos había
reinado el emperador Carlos V, sobrino, aunque fuera sólo cuatro años menor que
él, de alguien que después tendría un papel relevante en Córdoba. Era Leopoldo
de Austria, uno de los catorce hijos bastardos del abuelo de Carlos V, el
emperador Maximiliano. A todos los reconoció y les dio destinos privilegiados.
El lugar de Leopoldo era la Iglesia y en 1541 llegó a Córdoba para ser obispo.
La de Osio era entonces una de las sillas principales
de España y el prelado abrió las puertas a los grandes artistas de su época.
Mercedes Valverde ha datado la copa en los años anteriores a 1550 y dado su
interés en la platería, bien pudo ser encargo de Leopoldo de Austria. El prelado
tuvo también un hijo natural, algo que no era extraño en su época, llamado
Maximiliano. Se le bautizó en Jaén en 1555, dos años antes de la muerte de su
padre. Heredó todos sus bienes, entre ellos la copa.
Maximiliano fue abad en varias ciudades, pero nunca se
desvinculó de Jaén, a cuya Catedral dejó la pieza. Mercedes Valverde cree que
esta hipótesis se puede rastrear, pero desde entonces los hechos son probados.
En la década de 1870 la vio el erudito y traductor Victoriano Rivera en un
anticuario de Jaén, que la había comprado a la Catedral de la ciudad. Enseguida
se dio cuenta de su valor y lo vendió a la Diputación de Córdoba por el mismo
precio: 27 reales cada onza de peso. Vuelta a Córdoba.
Es aquí donde se puede describir la pieza: es lo que se
llama una «copa de ofrenda», un regalo para algún dignatario de muy alto rango.
Como dice Mercedes Valverde, la decoración de esta pieza de 44 centímetros es
«parlante» y está dominada por el dios Pan, que en la mitología clásica
representaba a la naturaleza salvaje, pero también a la sexualidad masculina
desenfrenada. Las figuras de este dios están en la base de la copa, que conforme
asciende muestra otros símbolos como la berenjena, que desde los árabes tenía
fama de afrodisíaca.
Una obra fundida
Tiene un rico trabajo de elementos paganos y de la
mitología clásica, casi siempre eróticos, como los sátiros. En una de las
escenas más interesantes está representada Temis, diosa del orden divino, ante
la iglesia que los Reyes Católicos (otra alusión a los Austrias) hicieron
construir en el lugar de Roma en el que se cree que se martirizó a San Pedro. No
faltan los símbolos masónicos, como la rosacruz y el pelícano, que es signo de
la iniciación en estas sociedades.
La Guerra de los Treinta Años obligó a fundir gran
parte de la obra de Wenzel Jamnitzer para hacer moneda. Apenas quedaron 25
piezas del autor, pero su prestigio siguió intacto. Un pequeño tintero viajó a
Madrid para una exposición en 1997 y se aseguró por 240 millones de las pesetas
de entonces. La copa de Núremberg se quiso cristianizar y se le superpusieron
símbolos pasionistas y cabezas de querubes, además de una alegoría de la fe. A
pesar de su decoración pagana y de la sexualidad explícita sirvió para la misa
en el hospital del Cardenal Salazar. Despertó el interés de intelectuales como
Romero Barros y sus hijos, que habían reparado en su valor. También se expuso en
ciertas ocasiones, una de ellas en Madrid, pero el estudio de Mercedes Valverde
ha fijado la importancia de una pieza de leyenda.
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